Durga :: la matanza del demonio-búfalo
Durga nos muestra un mundo impredecible lleno de retos y conflictos. Ante esto, la tradición ascética propone buscar un refugio en el interior de uno mismo. La tradición devocional invoca la protección divina. Con Durga, el mensaje es otro: no hay refugio. Nos invita a cambiar el enfoque, a agarrar al búfalo por los cuernos, a inventar otro tipo de pregunta.
Hubo un tiempo en que se veía la Tierra como Diosa Madre, fuente infinita de creatividad, protección, alimento y cobijo. Un día llegaron las tribus de pastores nómadas, con su fuego, sus caballos y sus cantos, y la diosa fue silenciada. La suplantó un panteón de dioses guerreros cargados de armas, que absorbieron las distintas facetas de la Madre Naturaleza; el viento, la lluvia, el fuego, el sol. La vida terrena comenzó a verse como un castigo y los sabios pensaron que alejándose de las ataduras del mundo lograrían la liberación. La diosa fue acallada, y la llamaron Espejismo, Veneno, Ilusión.
Y así transcurrieron cien años, o quizá cinco mil: para ella tan solo un pestañeo, un fotograma en la historia del universo, una puntada en el telar. Hasta que un día el demonio-búfalo Mahisa llegó para aterrorizar al mundo.
Tras incontables batallas, los dioses, derrotados, se postraron ante Brahma pidiendo ayuda. Los demonios les habían expulsado de sus moradas. Brahma, el Abuelo, acudió a Vishnu y Shiva, y su relato hizo que de sus ojos y bocas surgiera una llamarada de fuego. Los demás dioses se unieron a ellos lanzando ardientes llamas. Y en medio de chispas y humo se materializó la diosa, Durga, la Indomable.
Cada uno de los dioses le dio un regalo: Shiva, su tridente, Vishnu, su disco de fuego, Indra, su rayo. Kubera le regaló una copa llena de soma, el néctar de los dioses. Visvakarman, el arquitecto de los dioses, y Ananta, la serpiente eterna, la adornaron con joyas. El dios del Himalaya, le dio su montura: el león.
Con la mirada fiera Durga se irguió, bella y peligrosa. La energía vital de cada uno de los dioses, su shakti, había regresado a la fuente originaria. Llenando el cielo con sus ocho brazos, lanzó un rugido que hizo temblar la tierra.
Mahisa, el demonio-búfalo, escuchó la llamada, y acudió a su encuentro.
Sus interminables ejércitos de asuras iniciaron el combate, y Durga y su león se lanzaron contra ellos como una llamarada en un bosque reseco, sumergiendo a los demonios en un océano de sangre.
Tras derrotar a los esbirros del demonio, la Diosa se dispuso a recibirle. Y Mahisa, quebrando la tierra con sus pezuñas, arrojando montañas a su paso con su cornamenta, embistió para hacer su última ofrenda.
La devi le lanzó una soga. El demonio se deshizo de ella convirtiéndose en león. Durga le cortó la cabeza, y el león se transformó en un guerrero descomunal, armado con una cimitarra. Ella lo abatió con sus flechas, y Mahisa se convirtió en elefante, y arrastró con su trompa la montura de Durga, haciéndolos caer, para volver a retomar, resoplando, su forma de búfalo. La diosa se puso en pie, y los tres mundos aguantaron la respiración.
Durga rió. Levantó ante Mahisa su copa de soma, y vaciándola de un solo trago se lanzó en un ataque final hasta que el búfalo mordió el polvo a sus pies.
Ella continuaba siendo la Gran Madre, la fuerza cósmica primaria, origen de todo. Con su regreso y su lucha, con su capacidad para adaptarse a un nuevo universo, restauró la armonía, aplacando las fuerzas destructivas y confusas que agotaban los recursos de la Tierra en una tiranía autocomplaciente.